Siendo pequeño, seguramente, alguna vez te has encontrado frente a una piscina. No sabes nadar muy bien aún, pero el agua te está llamando. Tienes miedo. Te inclinas hacia delante, tientas el líquido con tu pie, pero, rápidamente, vuelves a tu sitio. Estás de nuevo a salvo. A unos metros, otro niño corre hacia ti (quizá exasperado de que no saltes) y, ¡pump!, te empuja. A medida que tu cuerpo rompe el agua, todos esos pensamientos que antes te afligían y te impedían lanzarte desaparecen (ya no tiene caso que estén). Te encuentras ya totalmente sumergido y lo único que puedes hacer es intentar no ahogarte. Solo hay dos opciones: nadar o morir.
Vale, que he empezado con dramatismo esta publicación. Pero es que estas últimas semanas he utilizado esta analogía del salto a la piscina para graficar lo que ha sucedido con el coronavirus y el sector cultural. Ya has de suponer que el niño queriendo nadar eres tú, y, sí, el COVID19 es ese otro que te lanza a la piscina. ¿Pero, entonces, qué sería el agua? Ensayo dos respuestas, una superficial y una más esencial.
El medio digital
Si me has leído antes, ya te habrás dado cuenta que soy un fanático de lo digital, pero desde la posición más crítica posible. Si es así, quizá hayas pensado que esta publicación era una oda al medio digital. Pues no lo es. Sin embargo, vale decir que considero que esta crisis sanitaria ha sido el impulso definitivo para que los profesionales del sector cultural se lancen a experimentar con las posibilidades digitales, especialmente aquellos que siempre fueron reacios.
Lo que llama la atención es que hayamos tenido que llegar a estar «entre la espada y la pared» para hacerlo. Es decir, o se hacía digital o no se hacía. O la visita a las salas expositivas era a través de una pantalla o no había. O el concierto se difundía por streaming o guardábamos los instrumentos por una larga temporada. Creo que queda más clara la figura del niño que te lanza a la piscina. O lo hacía, o nunca nos arrojábamos al agua.
Una vez mojados de lo digital pues toca patalear. De nada sirve, ya sumergidos, la reflexión profunda sobre si el medio es el idóneo o no. Sirve actuar, porque, de lo contrario, te ahogas. Se entiende, incluso, dar manotazos, lo que para mí es, por ejemplo, publicar contenidos gratuitos sin una estrategia detrás. Pero lo que resulta increíble es no intentarlo siquiera.
La actitud del cambio
Toda la crisis desplegada por no sabernos adaptar al medio digital o de hacerlo solo cuando no había otra salida es un reflejo de un problema mayor: la falta de una adecuada actitud ante el cambio. Claro, esto no es específico del sector cultural, pero es una característica que lo suele definir. Te dejo una liga hacia una conversación que tuve con un barítono y gestor cultural español en la que pivotamos sobre esta idea.
Pero, ¿qué dices? ¿Acaso no es suficiente con la precariedad del sector? ¿Con tener que trabajar con exiguos presupuestos? ¿Con tener un público que prefiere la TV en vez de un escenario? ¿Con no contar con una ley que proteja los derechos del artista? ¿Más encima debo preocuparme por anticipar y gestionar el cambio?
Pues eso… Y aún más. Esto nos ha tocado a los que nos dedicamos a gestionar cultura. Y es que, al trabajar en el sector cultural, suele suceder que nos acostumbramos muy rápido. Esto en relación a cómo se hacen las cosas, a lo que funciona o no, e incluso al modo de sostener los proyectos. Quizá esta crisis sea el punto de inflexión para trabajar aún más en lo que yo considero que el principal problema de la gestión cultural: su falta de profesionalización.
Un punto de partida
Este blog va sobre gestión cultural, pero esto te sonará a coaching. Me arriesgo. El punto de partida para cambiar nuestra actitud ante el cambio es entender que lo único constante en esta vida es justamente el cambio. Nada nos asegura de que no se produzca otra pandemia (esperemos que no). Tampoco se trata de tener todas las respuestas por anticipado ante eventuales crisis pero sí quitarnos la idea de que todo permanecerá funcionando tal como lo hace hoy. Es probable que mañana, tal como ha sucedido, esto no sea más válido.
Entonces, estamos de nuevo ante el agua, al borde de la piscina. Venga, no esperes que alguien te empuje. Lánzate ya. ¿Tragaremos agua? Seguro, esos son los errores. Pero, ¿aprenderemos y mejoraremos? Definitivamente sí.